#MesDelTerror Especial Hannibal: Perfil Nro. 3 Francis Dolarhyde

Publicado por Geraldy Cañete en

Por Geraldy y Iván

«Do you think God is in attendance here?
Are you praying to him now?»

Pocas veces hemos tenido el placer de ver en la pequeña pantalla, una representación tan elocuente de la dicotomía entre bestialidad y consciencia, pues mientras Francis Dolarhyde fue criado en el seno de una sociedad en que la violencia interpersonal es reducida a un margen de error gracias a las instituciones punitivas, el Gran Dragón Rojo habita ese antiguo código -evocado en ocasiones por Nietzsche-, en el que el honor se defiende y las afrentas se ajustician. Y aunque la impecable interpretación de Ralph Fiennes dibujó con bastante éxito las manifestaciones físicas de dicha lucha, en la serie Richard Armitage tiene la posibilidad de desplegar con mayor gracia y rigurosidad los pormenores de la misma, insistiendo en el castigo del cuerpo que exige una condición mental que opera como enfermedad autoinmune.

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Así, la tercera temporada de Hannibal es dedicada casi exclusivamente al devenir Dragón Rojo de Francis, esto es, al proceso de su transformación. Un nacimiento que, como todo aquel dispuesto para la grandeza, demanda una serie de sacrificios de sangre. Dolarhyde comienza a romper el cascarón intentando reclutar para el Dragón las almas de familias ejemplares, de catálogo – como remarcan sus perseguidores, ataca el corazón mismo del sueño americano, pasando por alto el appeal de nicho de Hannibal -como le llama Chilton- y calando hondo en miedos mucho más populares. Pero la falta de entendimiento por parte de la prensa y de la unidad policial a cargo, lo obliga a clarificar para ellos los errores interpretativos. Y tal cómo el Dragón en el relato apocalíptico, Francias recurre al Diablo en persona, Lecter, como guía y eventualmente, como el último eslabón a sortear en su carrera evolutiva.

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Y dentro del avasallador delirio del Dragón Rojo, Francis va abandonando cada vez más su propio cuerpo, el mismo que detestó por años y que su alter ego parece apreciar mucho más, dadas sus infinitas posibilidades. Sin embargo, quien es capaz de “ver” los remanentes de humanidad en él es Reba, la mujer ciega que parece comprender sus heridas psicológicas y que, por lo mismo, no tiene miedo de acercarse a la boca de la bestia (la escena en que Francis la lleva a palpar al tigre es, sin escatimar adjetivos e hipérboles, bellísima, ampliamente superior a la versión fílmica). Y si bien es ciega a las heridas que aquejan a Francis, también lo es a su monstruosidad, lo que le permite conectar con el hombre detrás de la bestia, y aparecer ante él como la única compañía del Dragón en la representación de Blake: the woman clothed in sun. Aun así, es la única que se benefició al final de su compasión; luego de dejarla ir, Francis se entrega completamente al Dragón, y a la empresa de alimentarlo hasta conquistar la cima de la monstruosidad, actualmente ocupada por Hannibal.

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«And behold a great red dragon…»

La superioridad física del Dragón es uno de sus rasgos más apabullantes (aquí Armitage se ayuda del Butoh japonés, para plasmar la fuerza sobrenatural de la criatura que convive en su cuerpo), junto con su bestialidad bíblica de la que somos testigos en reiteradas ocasiones. Violencia que no tiene ataduras hacia el final, desatada sin compasión hacia Chilton, cuyo final es tanto o más aterrador que el de Mason Verger.

Y es por eso que Fuller, enamorado como está de todos sus personajes, se da el gusto de otorgarle un final a su altura, como el clímax de la temporada y de la relación entre Will y Hannibal quienes por primera vez coinciden en dejar caer las máscaras. La cacería del Gran Dragón Rojo es tan hermosa como brutal, digna de su condición mitológica y probablemente de las secuencias mejor logradas en toda la serie, o en palabras de Will:

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Geraldy Cañete

Realizadora de Cine & TV Me gusta el cine, los gatitos y la filosofía, Con tendencias adictivas a las series de TV y las papitas.