Moonlight [MiniReview]
Usar máscaras para protegernos de un entorno que cancela nuestras sensibilidades no es un acto exclusivo de la comunidad LGBT. Pero a través de la historia de Chiron, la universalidad de este sacrificio se vuelve relevante para todos nosotros. Con Moonlight, Barry Jenkins nos permite vivir en la prisión en la que habita su protagonista. Y se las arregla para relatar con buen gusto su lucha, aunque roce peligrosamente el estereotipo.
La película se divide en tres capítulos que representan momentos pivotales para Chiron. Su despertar sexual, momento en su infancia que coincide con las primeras señales de la adicción de su madre. Segundo, ese instante en su adolescencia en que después de haber experimentado la intimidad por primera vez, se ve obligado a cerrar la puerta. Y por último lo vemos compenetrado con su traje de persona, atrapado en la ilusión de masculinidad que construyó para encajar hace diez años.
En la misma línea que Machester by the Sea, Moonlight es un ejercicio de sinceridad. Una búsqueda por transparentar el dolor sin sobredramatizar, sin recurrir a los tecnicismos efectistas, porque no los necesita. El drama surge en la honestidad de las interpretaciones, acompañadas de un guión riguroso y una construcción visual elocuente.
A pesar de la urgencia de su mensaje, la calidad de Moonlight excede la simple propaganda.“Do you cry?” Le pregunta Chiron a Kevin, su único amigo. Y en su mirada se atisba la desesperación por un sí que le permita validar su propio llanto, ese que esconde del resto. Esta es su tragedia, la de vivir alienado por la necesidad de defenderse, en un contexto en que los sueños no se cumplen, porque no alcanzan siquiera a formularse.