#MesDelTerror Especial Hannibal: Perfil Nro. 2 Mason Verger
«If we were truly considerate of a pig’s happiness,
we wouldn’t eat them.”
Sádico, depravado, e irremediablemente descortés. Mason Verger es de los pocos psicópatas que se cuentan dentro del universo de Hannibal Lecter que no es consumido por el deseo de matar, sino más bien, por el profundo placer que le significa quitarle la dignidad a otros. Quizá por su crianza llena de privilegios, o quizá por la naturaleza del negocio que dirige, parace ser que para Mason la única fuente genuina de entretención es la humillación y el dolor de sus insubordinados, crueldad sin propósito, muy propia de alguien que ve crecer su fortuna gracias al constante sacrificio de los animales que cría.
La primera vez que fuimos introducidos al personaje de Mason, el multimillonario sádico de pésimos modales y aún peor presentación facial, fue de la mano de Ridley Scott, en Hannibal (2001), donde fue interpretado camaleónicamente por Gary Oldman. Por evidentes motivos de economía narrativa, su personaje y el mundo del que provenía fueron decantados y filtrados para servir al arco mayor de la historia entre Lecter y Clarice Starling; pero en la serie, Bryan Fuller y sus guionistas se regocijan con los detalles y manías de Verger, confiriéndole mayor profundidad a su ya retorcido perfil y devolviéndole un componente que, en la literatura, era de vital importancia para comprender y expandir parte de su psiquis y su praxis: su hermana Margot.
En la serie, es a través de ella que conocemos a Mason. Margot, como muchos otros, es víctima del abuso sistemático de su hermano, creando la semilla de la inquietud que ella trae ante Hannibal y que él sugiere purgar mediante el asesinato para terminar con el ciclo.
Depositar el peso de los padecimientos y patologías de Mason en el lugar del que proviene es a la vez acertado y reduccionista: Mason es, al mismo tiempo (y como muchos personajes del universo de Thomas Harris) víctima y victimario; catalogarlo como el producto de la inevitable perversión del exceso de privilegios, y una prematura aproximación a la muerte y sus beneficios, de la mano de un padre vulgar y convencido que la única educación que necesitaba su heredero se vinculaba con el espesor del cuero y las vicisitudes de la crianza de cerdos, cubre en parte su desdén por la dignidad humana de otros, pero al igual que el intentar definir a Hannibal, su monstruosidad escapa al léxico facilista y resulta más aterrador cuanto más abstracto se vea. Este hecho se ve elocuentemente reflejado en su propia apariencia: Mason pasa de ser un monstruo interior a uno físico; un monstruo que de forma paradójica cita a Jesucristo como su redentor mientras planifica sesiones de tortura canibalística contra sus enemigos y le quita a su propia hermana la capacidad de ser madre y emanciparse.
Dado que Fuller manifestó desde el comienzo su convicción por no mostrar violencia sexual dentro del programa, por parecerle demasiado brutal -y sobreexplotada, nos atrevemos a agregar- aún para los estándares del imaginario del caníbal. Un pie forzado que lo obliga a explorar con mayor sutileza los aspectos más censurables de Mason, a quien presenta ya no cómo un hombre en busca de venganza, cuya desfiguración es el indicio más elocuente de la brutalidad de la que es capaz Hannibal, sino como un supervillano que condimenta sus bebidas con lágrimas de niños huérfanos, abusa y mutila sistemáticamente a su hermana, y hasta se aventura en la experimentación genética.
Pero no es su sadismo sino sus constantes agravios y falta de buen gusto lo que ofende profundamente a Hannibal, quien determina un castigo pertinente conforme el peso de sus pecados, obligándole a quitarse la máscara -literalmente- y dejar al descubierto su fealdad como un modo de contrarrestar su falta de consideración durante sus encuentros previos, pero también como un tributo a Will, para compensar todo lo que Mason le quitó. Y no sólo eso, el equipo de Fuller se permite darle un último momento de fama antes del arco del Dragon Rojo en la tercera temporada, durante la cual llega a saborear la víspera de su venganza exponiendo un plan inspirado en parte iguales por esa joya que es Face off, y propia la obra de Hannibal: trasplantarse el hermoso rostro de Will para luego comerse a Hannibal. Plan que lejos de concretarse, termina por acercar aún más a Will y Hannibal, pero esa es materia de futuros perfiles.
Aunque en un intento por reproducir fielmente la monstruosidad de Verger, imagen a menudo entorpecida por el encanto de Michael Pitt, Fuller revela la más cruel de sus bromas: fecundar uno de los óvulos de Margot (previamente extraídos, junto con el resto de sus “partes femeninas”, para evitar que su hermana gestara al nuevo heredero) e introducirlo en el útero de uno de los cerdos, para obligarla al final a tomar entre sus brazos el cadáver del único bebé Verger que Mason le permitirá tener, en un gesto capaz de poner en aprietos al más recalcitrante de los provida.
https://youtu.be/wPYSf9fnFrc