En Streaming: Beast on No Nation, La Primera Película Original de Netflix

Publicado por Geraldy Cañete en

Netflix continúa diversificando sus producciones originales y complejizando el escenario de distribución con Beast of No Nation, una adaptación de la novela de Uzodinma Iweala a cargo de Cary Joji Fukunaga quien, con la habilidad que les es propia, logra narrar la devastadora historia de Agu (Abraham Attah) -forzado a abandonar su niñez para convertirse en soldado rebelde en medio de una guerra civil incomprensible-, esquivando por un lado la condescendencia primermundista, y por otro, el sentimentalismo políticamente correcto. Entregándonos en cambio, un acercamiento desolador hacia la interioridad de un niño enfrentado a decisiones imposibles, despojado de su propia humanidad, intentando conciliar pragmatismo y moral.

Idris Elba como el "Comandante".

Idris Elba como el «Comandante».

En su breve introducción, vemos la cotidianidad de Agu y los otros niños que habitan una de las zonas neutrales de un país al borde de la crisis, el cómo se adaptan al desabastecimiento y las tensiones, sobrellevándolos con ingenio y humor, porque son el ruido de fondo de una vida en la que existe la seguridad y el cariño de un hogar. Todo lo cual desaparece rápidamente una vez que la guerra civil es declarada, y se convierten en los recuerdos que mantendrán a Agu atado a la posibilidad de una vida “feliz”, como confiesa hacia el final, en la que todo el horror desaparezca. Recuerdos que lo acompañan a lo largo de su doloroso recorrido, su paso de niño a soldado gentileza del Comandante (Idris Elba), cabecilla de un ejército de adolescentes alienados bajo el temor a su figura casi mitológica, en la que su nombre coincide con su cargo porque es más símbolo que hombre, y el imperativo de sobrevivencia.

Un relato que pone a prueba nuestra tolerancia a la frustración y nuestra empatía al negarnos la catarsis. Porque se trata de un mundo de infinitos grises, pero sobretodo, un contexto en que toda dignidad ha sido pulverizada, dando paso a un horror tan avasallador que no hay condición de posibilidad para ningún tipo de heroísmo, un mundo en que los camiones de voluntarios pasan junto a Agu y el resto de los niños-soldados, impotentes, y en que los trabajadores sociales se ven sobrepasados por traumas que sin incapaces de tratar, porque no existe literatura suficiente para reconstruir los espíritus quebrantados.

Abraham Attah es Agu.

Abraham Attah, en una interpretación perfecta, es Agu.

Una historia difícil de adaptar, particularmente porque mientras la literatura nos invita -y obliga- a recrear dentro de nosotros mismos las imágenes que evoca, el cine debe hacernos vivir determinado mundo, mostrándonoslo. Pero Fukunaga se las arregla para abrir puertas dentro de la intimidad de Agu, a veces a través de su narración en off, a veces a través de la perplejidad de sus silencios, y otras simplemente a través de escenas en las que la temeraria actitud de sus protagonistas revela su resignación, porque como bien concluye Agu, en un contexto en que las balas “lo comen todo”, la única forma de liberación es la muerte. Y lo logra, reservándose el derecho de sugerir algunas de las tragedias más inconcebibles, explicitando sólo lo necesario, porque lo que importa es acompañar a Agu, comprender su dolor pero también su fortaleza, sin estar enceguecidos por la lástima. Y también, gracias a un cast sin nombres que predispongan al público, excepto por Idris Elba quien salvo algunos monólogos, es capaz de marcar presencia aún desde la distancia y en la contención, sin opacar nunca la perspectiva de Agu.

Por lo mismo, una de las mayores virtudes de la película es su deliberada falta de dramatismo, que sería gratuito frente a una realidad tan brutal, incapaz de ser representada en su completitud, ni con imágenes ni con palabras, como reconocerá finalmente Agu. Un gesto que se agradece en tiempos en que el imperativo económico obliga a sobrevender las producciones, neutralizando sus mensajes, conviertiéndolos en logos de marca.

Beasts of No Nation

Aunque no es una película perfecta, porque difícil retratar ese código ancestral que regulaba la violencia a través de la venganza y el honor, tan ajeno a nuestras sociedades estatistas; y porque a ratos Fukunaga parece demasiado inmerso en su propia estética. Plantea la pregunta por los modos de distribución, pues en tanto se trata de un drama más bien psicológico que reclama la necesidad de una conexión íntima perfectamente coherente con el visionado vía streaming, posee la composición y una visualidad dignas de ser abordadas en pantalla grande, en el recogimiento que provoca la oscuridad de la sala de cine.

Está disponible en Netflix desde el pasado 16 de Octubre.


Geraldy Cañete

Realizadora de Cine & TV Me gusta el cine, los gatitos y la filosofía, Con tendencias adictivas a las series de TV y las papitas.