The Hobbit: The Desolation of Smaug
La semana pasada, y una semana luego de su estreno mundial, llegó a nuestras salas The Hobbit: The Desolation of Smaug la segunda entrega de la programada trilogía a cargo de Peter Jackson y que abarca las aventuras previas de Bilbo Baggins narradas en la obra de don J. J Tolkien. Siguiendo la línea de su predecesora, muchas son las vicisitudes que tiene que pasar el team Thorin por lo que continúan las grandes escenas de acción, las amenazas de la oscuridad despertada por el anillo y por supuesto, Smaug.
Como groupie de Jackson en general, del universo Tolkien en particular y de Martin Freeman en su totalidad me sería imposible entregarles un comentario “objetivo” (en caso de que exista tal cosa como la objetividad) a propósito del “real” mérito de la película porque, para serles franca, la disfruté a concho. Lo que sí puedo hacer, en un intento por honrar mi cartón universitario, es advertirles dos cosas: primero, que esta sigue siendo la adaptación de Peter Jackson de la ficción de Tolkien y por ende, se asemeja bastante a la entrega anterior priorizando las secuencias de acción y el drama épico antes que ceñirse 100% al libro y por otro, que en esta ocasión aparecen con mucha más agudeza aquellas inconsistencias propias del alargue de la saga (entendiendo que fue inicialmente pensada como una entrega doble pero que en el camino y con material en mano se decidió convertirla en trilogía).
Lo de que se note la mano de Jackson me parece evidente porque no creo sea que posible trasladar una ficción de un formato a otro sin que pierda/gane modificaciones, y más aún porque para adaptarla tal cual -esto es, más allá de la visión del adaptador- sería necesario acceder algo así como la esencia de la obra cuestión que de ser posible, requeriría un largo y riguroso proceso de ontologización, pero más que nada creo que el estilo de Jackson se notaba también en LOTR, en especial en las largas secuencias de decapitamiento y mutilación de los orcos (o díganme que no hay algo de Bad Taste o Brain Dead en tanto látex y sangre) pero se percibía menos porque dramáticamente era necesario abarcar muchísimos más hitos entendiendo que cada libro está representado en solo una película.
Por otro lado, quizá hayan tenido la experiencia de participar en proyectos audiovisuales y vivido el difícil proceso de montar su corto/video clip/documental u otros y tener que deshacerse de mucho material con el que se habían encariñado -o que les había costado lágrimas y sangre conseguir- pero que no fue posible incluir porque entorpecía el ritmo, desviaba la trama o simplemente no había donde incluirlo, bueno, eso es lo que normalmente sucede pero cuando eres Peter Jackson y pasas de hacer películas gore con 2 lucas en el patio de tu casa con tus mejores amigos a megaproducciones épicas de amplio presupuesto puedes darte el lujo de decir: fuck this s*** pongamos todo lo que tenemos no más. Si bien este “exceso” de material se mantuvo más bien a raya durante la primera entrega, esta Desolación de Smaug sufre mucho más por esto y como consecuencia tenemos por ejemplo, el que a veces se abandone el desarrollo de personajes en pro de contar más cosas e introducir más líneas de acción a cargo de otros personajes.
Y es en este sentido que siento que esta es una película mucho más editable que la anterior, pero mentiría si dijese que no estuve todo el tiempo expectante e impaciente por saber qué seguía, especialmente con la intromisión de personajes más complejos y problemáticos como Thranduil y Brad pero sobretodo, con la maravillosa secuencia del encuentro (spoilers) entre Bilbo y Smaug (encuentro hipersignificativo si eres además, fan de Sherlock). No obstante, la gran deuda creo está en que se tiende a homogeneizar a los enanos y al final son Thorin y Kili casi los únicos que se individualizan, padece a veces del síndrome Thor priorizando una historia romántica por sobre aquello que queremos ver y por lo que tanto hemos esperado, pero fuera de esto si a usted le gustó la anterior qué está esperando, vaya a ver a Smaug.